2 de enero, isla Peterman
Nos embarcamos alrededor de las 11 y comenzamos a navegar por el canal Penola, con rumbo SW hacia la base ucraniana Vernadsky.
Durante nuestro avance evaluamos la posibilidad de abortar el rumbo hacia el sur por la gran cantidad de hielo que trae el Penola, que nos obligaba a constantes colisiones y rodeos entre los témpanos y bloques, haciendo muy lento nuestro avance.
A pocos kilómetros de andar descubrimos el refugio argentino Groussac, en isla Peterman, donde existe una gigantesca pingüinera de Papúas (Gentoo). Nos detenernos para reconocer el lugar.
Mientras exploramos, la banquisa cierra completamente el canal tornándolo innavegable para los kayaks. Abrimos el refugio y nos instalamos. A diferencia de Damoy, no está en buenas condiciones, pero si muy provisto. Dadas nuestras circunstancias y, sin abuso, decidimos hacer uso de algunas provisiones; una lata de sopa, un frasco de dulce, una lata de ananás. Además del comprensible deseo de variar un poco nuestra dieta de avena y pastas, vemos que hay mucha comida vencida, al igual que en Damoy. Todos quienes pasan dejan algo y nadie consume. Parece que los tiempos de la dureza antártica ya no son los de antaño y la comida dejada para casos de supervivencia se va convirtiendo en basura. En particular las latas, que se oxidan rápidamente. En realidad no nos molesta mucho no poder seguir avanzando. La meteorología es perfecta. Casi no hay nubes. Salimos a buscar las alturas de la isla para ver la ruta a Vernadsky y el paisaje circundante, es sobrecogedor. Desde los puntos altos las vistas son insuperables. Hacia el sur se observa un grupo de islas, las “Argentines”, atrás; la continuidad de la península antártica que sigue indefindamente hacia el SW como una cordillera interminable, con grandes picos que asoman más allá del horizonte.
Hacia el E también la península y sus montañas. Hacia el W el mar abierto, resplandeciente y cubierto de hielo. La sensación se repite: ante cada visión uno cree estar frente al mejor paisaje jamás visto. Es una suerte tener buen tiempo para disfrutar estos escenarios.
Tenemos una buena cena. Charlamos largo. Con mi compañero comenzamos a ser menos extraños el uno para el otro y la relación fluye. Al menos hasta ahora, Cristian resulta un buen compañero de viaje. Hablamos sobre las historias y geografías de nuestros países y sobre las vicisitudes del viaje y los pasos a seguir. Nos vamos a dormir tarde con los únicos dos libros en castellano que encontramos en el refugio. Uno de Alejandro Dolina, “El Fantasma” y otro de Isaac Asimov; “Civilizaciones extraterrestres”. No alcanzamos a leer muchas páginas.
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