domingo, 1 de noviembre de 2009

Canales y esteros chilenos de la Patagonia Norte (42°S) IV y última

Cuarta etapa: Isla Llancahue – Hualaihue

Lunes 12 de octubre de 2009
Nos embarcamos tarde, pasadas las 12 horas y bajo la lluvia. Salimos con rumbo aproximadamente NE. Cuando doblamos un pequeño cabo volvemos a enfrentarnos al viento, la constante de nuestro regreso junto con la lluvia. El viento entra desde el mar abierto muy probablemente desde el SO, pero luego se encajona entre las montañas y se amolda al rumbo de los canales. Ahora nos llega del NO. Nos mantenemos cerca de la costa. Toda esta parte del recorrido es la más habitada. Pasamos frente al hotel de las Termas de Llancahue. Está claro que las surgentes termales son comunes en la zona. Ya estamos en el canal Llancahue.
Desde donde comienza caleta Baños cortamos a la isla Cabras. Hay olas blancas sobre el mar. “Corderitos” que aquí llaman “cabritas”. Recuerdo cuando pasé por este lugar por primera vez. La islita ya no está deshabitada. La industria salmonera todo lo ocupa.
Cruzamos el canal en busca de reparo en la costa contraria, más que nada para evitar la ola de frente. Alrededor de las 3 de la tarde nos detenemos con mucha lluvia en el almacén de Teresa, en un lugar que según la carta se llama Puerto Llanchid. Teresa es una mujer amabilísima que nos invita a pasar a su casa, donde todo es muy blanco y limpio. En la cocina comedor almorzamos y tomamos mate. Teresa nos cuenta que es feliz en este lugar, que se había ido por un tiempo a Puerto Montt y a Santiago, donde está su familia, pero que extrañaba. Mirando alrededor la comprendemos.
Reconfortados seguimos viaje por el canal Llanchid. Cruzamos la boca del Estero Pichicolu y comenzamos a bordear una costa acantilada. A medida que nos acercamos a Punta “Quebraolas” salimos del reparo de las islas Llanchid y comenzamos a recibir de lleno la onda oceánica. No hace falta que describa lo que esto significa. Punta Quebraolas es precisamente eso, una suerte de proa de roca que se mete en el mar quebrando la onda oceánica. Como además hay viento fresco y olas blancas el lugar es un verdadero caos; un mar muy montañoso y peligroso, con escarceos impredecibles. La adrenalina sube al tope. No puedo evitar pensar en mi experiencia en la costa norte de la isla Brabante, en la Península Antártica. Hoy aquí el oleaje parece aun peor, pero hay un pequeño detalle, el agua debe tener unos 15 grados más como mínimo. El sol está de frente. Todo es hermoso y la navegación realmente extrema. Durante unos 20 minutos pierdo contacto con mi compañero. Si no estuviese seguro de su capacidad debería estar muy preocupado. Pienso que tal vez la cosa sea al revés y el preocupado sea él. Pero estos son los inevitables momentos del kayakismo de travesía en que estamos solos y la situación depende exclusivamente de nosotros. Deseo fervientemente que Marcelo esté usando su nueva cámara “de cabeza” y sumergible para tomar imágenes de este mar. Pocas veces estuve en un mar tan caótico. Avanzo muy despacio, a unos 3 kilómetros por hora, por momentos menos. Es raro lo que me pasa en momentos como este, soy consciente de lo complejo de la situación, pero al mismo tiempo tomo extrema consciencia de que estoy vivo. Y sigo avanzando. El Quebraolas está ahora al través. Ahora se demora. Avanzo. Las olas parecen ya no ser tan altas. El mar sigue agitado, pero se volvió previsible. Finalmente encuentro a Marcelo, que venía adelante. Está excitado por lo que acabamos de experimentar. Le pregunto si filmó. Me contesta que no se animó a soltar el remo para ponerse la cámara en la cabeza. No lo culpo. Yo no sé si lo hubiese hecho, aunque creo que fue una oportunidad perdida. Con el mar más calmo Marcelo toma algunas fotografías:


Ya tenemos nuestro destino en Hualaihué a la vista. Es un morro muy característico. Cuando entramos a la caleta el mundo cambia. Es rarísimo, después de tanto movimiento, estar navegando en un mar tan calmo. Incluso hasta sale el sol. La marea está cerca de la plea y nos deposita suavemente en la playa. Marcelo baja primero. Vemos que Quico, el perro de Guillermina y Armando viene a saludarnos a toda velocidad. Nos recibe como si fuese nuestro perro y, por supuesto, nos hace sentir como en casa.



Nos duchamos. Guillermina nos prepara una cena riquísima y sustanciosa. Armando* nos convida con ostras que él mismo recolectó en la caleta con la bajante. Se comen crudas y son realmente exquisitas. Nos cuenta anécdotas de su vida como capitán de un barco pesquero, con naufragio incluido.

Armando y Guillermina

(*) A pocos días de nuestro regreso a Argentina recibimos una triste noticia. Armando había fallecido en el mar. Al parecer tuvo un paro cardíaco y cayó desde el “Navigare”, una lancha que utilizaba para despuntar el vicio. Quico fue quien alertó desde la playa. Marcelo viajó para su entierro.

Fin.

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